Inicia el 2023 y con él, al parecer, aparecen nuevos objetivos y metas personales, profesionales, etc. La época, la energía, las fiestas, las vacaciones o lo que sea, casi que nos programan mentalmente para cumplir con el ritual de “volver a empezar”. En lo personal y aunque trato conscientemente de no dejarme contaminar por las “tendencias” y todo lo que el mundo dice que deberíamos hacer en esta época del año, de una u otra forma, algunas líneas de esos discursos terminan entrando por debajo de la puerta.
Honestamente diciembre no le suma mucho a mi existencia. Si bien es una época que reúne familias, amigos, etc… sigue sin atraerme. Sin embargo, diciembre de 2022 me trajo muchas alegrías. Mi hermana y su esposo regresaron a Colombia después de casi cuatro años de no hacerlo. Esta vez, la alegría llegaba también en forma de sobrino y su primer viaje a Colombia. Disfrutamos mucho de la época. Había razones para compartir, celebrar y contemplar esos pequeños momentos que le dan sentido a la vida.
Me di tiempo para pensar en algunas cosas y en definitiva, el 2022 fue el año en el que tomé malas decisiones. Varias. Más de las que hubiera querido. Ya pasé por el proceso de culpa, negación y un poco de aceptación porque en este momento, ya no hay nada que pueda hacer al respecto, o tal vez sí, aprender.
También pasaron cosas buenas. Una de ellas es que incluso tomando malas decisiones siento que logré un nivel importante de conciencia. A esto le sumo el poder de agudizar mi intuición. Al parecer tenía que equivocarme bastante para palpar la conciencia que venía ignorando. El universo me obliga a estar y ser consciente. Es como si a esa voz interior que me habla al oído se le hubiera subido el volumen al máximo. Ya no puedo, por más que quiera, ignorarla.
Decir que el 2022 fue año de “aprendizaje” no excluye la otra cara de la moneda. Si bien no todo fue malo si lo reducimos al hecho de que mi familia y seres a los que quiero están bien y al final eso es lo que importa, sin duda, acaba de pasar un año brutalmente honesto. La crudeza de ciertas situaciones a las que conscientemente me sometí, incluso sabiendo cómo iban a terminar, me absorbieron física, mental y emocionalmente. Puedo resumir el 2022 como un año de bastante llanto, desasosiego, crisis de identidad y en gran parte, solitario, incluso cuando no estaba sola, era solitario, si es que describirlo así, tiene sentido alguno.
Para mí, el 2023 se trata de conciencia, de tener el valor de continuar. Más que soltar, sostener, más que evitar, enfrentar y más que escuchar, entender. También quiero encontrar mi zona de confort. Sé que mucho se habla de salir de ella. Yo es que creo que no la habito hace años y me gustaría recordar cómo se siente estar cómoda. Me alejo de la idea implícita que nos presiona a hacer cambios en esta época del año o que nos condiciona de cierta manera a creer que esta es la única oportunidad para hacerlos. Al final, cada día es una oportunidad para cambiar, transformar, conservar o soltar, si así lo queremos.
Todo esto también se trata de valorar, agradecer o retener algo de lo que somos, incluso en el peor de los escenarios en el que nos encontremos. Los últimos meses me percaté de lo poco apegada que soy, en diferentes ámbitos de la vida. Me di cuenta de esto porque pude ver cómo hay muchas personas tratando de luchar contra sus apegos y dependencias. Yo, en cambio, ni a la vida me sentía aferrada porque en mi constante ejercicio tóxico de querer encontrarle sentido a todo, al final, para mí, nada lo tenía.
Lejos de dar “consejos”, “imponer “tendencias” o subirme al tren de la superioridad para sumarme el derecho de decirle a alguien más cómo debería vivir, ver o entender la vida y su contexto, solo comparto una parte de mí que tal vez resuene en otros a través de las letras. Así, sabremos que no estamos solos en lo que a veces se torna en una bocanada de agonía pero que solemos llamar “vida”.
Por un nuevo año, salud.