Este año ha sido el año de los compromisos, los matrimonios, las uniones y la llegada de los hijos en la vida de muchas personas que conozco, con quienes alguna vez tuve una relación cercana de amistad. Ya saben… el tiempo pasa, las rutinas cambian, los sueños nos llevan a otros lugares no solamente físicos, también mentales y emocionales.
Todos estos acontecimientos solo me han llevado a un pensamiento y es que: ya estamos grandes. No me refiero a que yo debería estar haciendo lo mismo, porque en este momento no es lo que quiero. Me refiero a que ahora las decisiones tienden a ser más trascendentales. Yo, honestamente, no he vivido algo con tanta trascendencia, o tal vez no se la doy. Me fui a vivir a otra ciudad, regresé y ya, es posiblemente lo más trascendental que he hecho últimamente.
Nada en mis decisiones incluye a otra persona en un contexto de pareja. Honestamente nunca he visualizado la vida con otra persona. De pequeña me encantaban los cuentos de princesas por sus vestidos y sus zapatos, no recuerdo haber anhelado al príncipe y me siento extraña al respecto. Siento un tanto de presión social por pensar así.
Es probable que muchos de mis comportamientos sean producto de situaciones vividas a lo largo de mi existencia. Si bien crecí en un núcleo familiar “tradicional”, ahora pienso que algunas cosas me impactaron de una manera que ahora comprendo. Tal vez en ese momento hice lo que siempre tiendo a hacer, no darle tanta importancia a lo que pasaba y seguir con la vida. No sé si era o es lo correcto o no, solo sé que en el corazón también existe un lugar en donde se alojan las cosas intencionalmente “olvidadas” y “carentes” de importancia. El problema con este lugar es que no es infinito, también se llena y se satura. Necesita ser depurado.
Nunca he sido la persona que pone como prioridad una relación de pareja. No juzgo ni critico a quienes lo hacen o lo anhelan. Hablo por mí, desde mi experiencia personal. Siempre he direccionado mi vida hacia otros intereses como el trabajo, los negocios, etc. Siento que gran parte de mi existencia he tenido mucho que solucionar y no he apartado el tiempo para construir una relación con alguien. La última relación “formal” que tuve fue hace siete años. Me refiero a esa formalidad del novio que se lleva a la casa, conoce a los papás, etc.
Para ese momento esa relación me dejó muy claro que no quería enfocarme en otra cosa diferente a mi carrera. Conscientemente tomé la decisión de no involucrarme con nadie a ese nivel. Si bien es algo que no se puede controlar, mi energía simplemente era un repelente porque no quería romance, quería trabajar y así funcionó por un buen tiempo.
He salido con personas pero con ninguna he llegado al punto de querer llevar esas salidas a otro nivel. He tenido la oportunidad de conocer buenos hombres y otros con los que todavía me pregunto por qué decidí salir con ellos. Creo que hace parte de la dinámica de salir, algunas veces sale bien y otras no. La mayoría de veces salía con la intención de divertirme pero nunca con un pensamiento sobre qué podría pasar después. Realmente esos pensamientos fugaces sobre el futuro con otra persona, pocas veces pasan por mi mente.
Esto no quiere decir que no me he enamorado ni que no he sentido un gran gusto, cariño o amor por alguien. Quiere decir que la química y el “timing” no se encontraron cuando tal vez, un par de veces, sí quise que sucediera algo más. Ahí es cuando aparecen las lecciones de vida de las que tanto se habla. Se experimenta dolor, surgen preguntas, aparece tal vez un poco de autodestrucción y al cabo de un tiempo, si hay suerte, te encuentras con la autocompasión.
A veces llegan épocas muy nubladas, nada se entiende, todo se llora. Vemos las cosas como queremos que sean no como realmente son. Nos odiamos. ¿Les ha pasado? A mí sí. Hasta hace unos cinco o seis años, aún cuando había tenido un par de novios, yo me manejaba en el mundo de la “no existencia de amor”. Las comedias románticas y los cuentos de hadas me parecían una reunión de situaciones imposibles e improbables. Nunca basadas en la vida real, porque en la vida real todo se acaba, a veces nadie te busca y casi siempre el final no es el que esperábamos. Gracias por existir Lalaland y 500 Days Of Summer y rescatar la realidad.
Soy un ser un tanto escéptico. Hasta que no veo, no creo, hasta que no siento, no confirmo. Pero un día pensé que es imposible que algo al parecer inexistente para mí, sea el tema central de tantas historias. La música, el cine, la literatura… todo habla de amor. Todo habla de eso inexplicable que te lleva a hacer cosas posiblemente nunca consideradas estando en tus cinco sentidos. En este punto hablo del amor en general, no solo el amor de pareja. Nos obsesiona tanto encontrar respuestas sobre el amor que hasta Fito Paéz nos cuenta cómo es El Amor Después Del Amor y Cher también nos pregunta si creemos en la vida después del amor.
¿Creo entonces en el amor? Sí, creo en el amor. No creo que el amor todo lo pueda pero confirmo su existencia porque lo he sentido y saboreado. Sé a qué sabe, sé cómo se siente, sé lo que saca de mí y sé lo adictivo que es. He amado y me he sentido amada y es ese un gran privilegio. Crecí rodeada de amor materializado en momentos que aún recuerdo. Hablo del amor familiar. Nunca nada fue perfecto y creo que nunca nada lo será, pero cosas que pasé por alto fueron posiblemente las muestras más profundas y puras de amor.
Creo que son algunos daños colaterales los que han hecho de mí una persona a veces “patológicamente” independiente. No imaginarme junto a alguien, no anhelar a alguien, no soñar a alguien me hace sentir fuera de lugar. Sé conscientemente que cada quien elige sus formas, sus maneras y sus ideas, pero honestamente les digo, de vez en cuando es inevitable sentir que soy un bicho raro porque sufro de esa incapacidad emocional de compartir algo de mí y recibir algo de otros.
Evito hablar del tema porque no me gusta escuchar la clásica frase “eso es porque no ha llegado el que es”, en serio la detesto, nunca se la digo a nadie porque odio que me la digan. A veces las conversaciones conmigo misma, porque sí, las tengo, son acerca de esa necesidad de desapego, de distancia, de espacio, de soledad. Como últimamente trato de no reflexionar tanto porque me agobia y realmente me termina haciendo infeliz, concluyo que de verdad, después de algunos sucesos, he trabajado mucho en mí, en mis emociones, en mi alma y corazón, en mis pensamientos, en la energía misma porque en medio de todo busco cierta tranquilidad y en este punto, tengo claro lo que es negociable y más que firme lo que no, entonces el “timing” es casi un milagro.
Si bien no soy esa persona que está a la espera de un romance o de un amor, ni tiene tal suceso dentro de sus prioridades, sé que eventualmente todo podría cambiar o tal vez no, porque hay cosas que están fuera de nuestro control y es ahí donde puede que se ponga interesante la vida que trae consigo esa dualidad en la que crecemos y a veces crecen más los miedos, con suerte muchos desaparecen o escalamos a un “plan c” en el que llegan otros temores y nos agarran desprevenidos.
En mi camino de superar el afán y la obsesión por el control, lo he perdido más veces de lo que me hubiera gustado. Me he dado cuenta de que lo que he tratado de controlar es lo que más se maneja en el plano de lo impredecible y desde hace un tiempo, lo dejé ser, a lo que sea que quiera ser. Abandoné ese lugar en el que siempre quería tener la razón. Me desligué de esa necesidad de querer entenderlo todo y así, he encontrado un poco de tranquilidad en la constante turbulencia en la que a veces sobrevivo porque estoy exhausta de basar mis pensamientos sobre faltantes cuando es mucho lo que tengo y poco lo que me percato.
Entendí que he cambiado y que constantemente lo estoy haciendo. Uno es como un apartamento que se puede remodelar, redecorar y reacomodar cuantas veces sea necesario, solo que, ese espacio se seguirá manteniendo sobre sus bases, sobre su esencia, sobre ese terreno que ha construido de cada uno lo que se es hoy. Sea lo que sea.
Sí, lo único constante en la vida es el cambio. Hoy puedo escribir sobre lo que no anhelo, mañana puede ser sobre cuánto lo deseo porque hoy no, mañana tal vez y así la vida.
Tengo 33 y SII la presión social de estar casados o tener hijos es brutal,tener estos años y preguntarme todos los días si he hecho bien o mal mis cosas es algo que por momentos agobia,leerte y saber que hay alguien tan «bicho raro» como uno,no lo hace tan «bicho raro», gracias por escribir
Gracias por dejarme leerte, hacías falta 💖
Me identifico bastante en ciertas partes de lo qué cuentas… creo qué siempre lo qué más mortifica es saber si lo que uno está haciendo al final estará bien y valdrá la pena. Me gustaría en algún momento contarte mi historia.